Soy Sonia, Teresa, Margarita, Marta, Andrea, Milagros, María, Nuria, Lucía, Loreto, Olga, Julia… y vengo de Madrid, Galicia, Asturias, León, Castellón, Ceuta, Sevilla… y nací en eltercer cuarto del siglo XX, que no XY; soy CAIS, DSD, Intersexual… o como quieran llamarlo, antes hermafrodita, desde va a hacer siete u ocho años. ¿Perdón? ¿Cómo dices?¡Sí, sí, antes era…, antes de ser CAIS y durante cuarenta y cinco años era gilipollas! Perdón, pero intentaré explicar el porqué.
¡Hacer este, mi testimonio, me generó muchas dudas, un poco de inquietud y ansiedad, pues son tantas las cosas que hubiera querido gritar al mundo que se amontonan en mi mente y en mi “almario” y que debido a mi gran timidez se van quedando ahí taponando mi espíritu y frenando mi avance como persona…!
Sí, soy extremadamente tímida pero mi timidez en muchas ocasiones se ve superada por un enorme y a veces inoportuno descaro aderezado con grandes dosis de arrojo acaso “hormonal”. Hace siete años o algo más, cansada de no conseguir las citas con la que entonces era mi endocrino, decidí cambiar de profesional… y parece ser que también de vida. Hasta la fecha, siempre los médicos me daban sobres cerrados para otros colegas. Soy tan extremadamente respetuosa con el secreto de las comunicaciones que aún a sabiendas de que hablaban de mí, jamás en la vida abrí ningún sobre. Pero, lo dicho, harta de no conseguir las citas con mi doctora le pedí un informe para cambiar de endocrino por incompatibilidad de horarios. Solo que esta vez, con 45 tacos a mis espaldas pequé y, el pecado (creo que es evidente que me educaron en colegios religiosos), llevaba ínsita su penitencia. Mi ex-endocrina le ponía en la misiva, que por primera vez leí, a su colega: “paciente con síndrome de testículo feminizante… y posible afectación psicológica…”. Leer esta última frase me dejó noqueada en la sala de espera del nuevo doctor. Me cambió el semblante y mi cerebro se revolucionó.
La versión del testículo feminizante, del síndrome de Morris, me la habían mal transmitido los míos; como una alteración de los ovarios por una malformación en mi desarrollo, nada más que eso (y la verdad es que me importa un huevo lo que sea; lo único que me preocupa, que me hiere, es que mi entorno y los médicos, mis propios médicos, me hayan hecho caminar con una versión de “gilipuag” por el mundo, dando la imagen de imbécil y de inadaptada).
¿Cómo esta doctora puede mencionar un síndrome del que ni hemos hablado y asociarme a una “afectación psicológica?
¿Tienen el síndrome y la supuesta afectación algo que ver?
¿Era esto lo que me hacía sentir tan incómoda ante esta mujer? ¡Su mirada cuando hablábamos me escrutaba siempre más atrás del fondo del ojo! Hasta llegué a plantearme si mi endocrina era lesbiana y acaso pudiera sentirse atraída por mí. ¡Qué ingenua soy, madre mía! Uy, creo que estoy abriendo la caja de Pandora, ¡intuí correctamente!!! Le entregué el informe a ese buen hombre, al que había elegido como nuevo endocrino, y le dije que me marchaba, que lo llamaría en unos días para pedir una nueva cita… cita que por supuesto nunca solicité (en ese momento solo quería morirme de vergüenza por mi calamitosa y pueril ingenuidad; solo pensaba, muchachita, tonta de los c…s, que tienes 45 tacos. Abre los ojos de una p… vez).
Y algunos pensaron y piensan; incluso algunos os preguntaréis:
¿Cómo es posible que una mujer de tu edad, con estudios universitarios y con otros intereses e inquietudes, viajada y con un trabajo que implica mucha comunicación, no supiera lo que era ni cómo era? Exacto, la respuesta es, perdón de nuevo, hasta ese momento era gilip…, tonta de los cojs…
¡Lo que se os ocurra; lo asumo! No me cabe otra.
Buscando la explicación o la justificación, o no sé qué, he concluido que quizá sea que vivo en un pueblo muy tranquilo, no tiene cine ni discotecas… ciudad dormitorio de una capitalde provincia; y yo ingenua de mi, siempre tratando de aparentar ser mayor para que me consideraran como tal, dando imagen de comerme el mundo… ¡Qué se yo! Internet no era una de mis prioridades y mis estudios nada tenían que ver con la genética (que por otro lado siempre me gustó). La parcela médica la tenía cubierta desde pequeñita por el entorno familiar y siempre la delegué; ¡para qué molestarme en gestionar lo que mamá y los suyos han hecho tan bien durante años! Y la parcela informática, por otro lado, la cubría (a veces aún lo hago) con mi súper primo Reivaj, quien me busca todo lo que no encuentro o me urge (y, por cierto, al único a quien pude acudir para encontrar toda la información que necesitaba aquel bendito maldito día de finales de octubre de 2010). Pero aquel día de hace más de siete años me vi inmersa en una vorágine de búsquedas por internet. Conocí a San Google en profundidad y a través de él a este maravilloso grupo,
GrApSIA, que me abrió los ojos, la boca y el espíritu. Todo corrió muy rápido pero lentamente. Y ahora vivo enganchada a la red (dos móviles, uno de ellos inteligente para compensar mi ineptitud, una tablet permanentemente conectada y un portátil me acompañan día y noche). ¡Ahora ya no me dejo‼! Además, llevo tarjeta extra de red, cable para conexiones… me pasé al otro lado… y me planteo si bucear en el lado oscuro de la web.
En aquella semana de finales de 2010, me pasé tres o cuatro días buscando restos de informes médicos, si, restos. Y comencé a meter parámetros de las analíticas. Todo me devolvía las mismas respuestas. XY, Morris, intersexualidad, feminización testicular, hermafroditismo, CAIS y PAIS, genética, intervenciones, alteraciones, hormonas, endocrinos, ocultismo, suicidios, tabú, sexo, clandestinidad, DSD… Todo este descubrimiento me llevó además a encontrarme con un cisma familiar; había hurgado en algún oscuro apartado de la historia de la familia y hubo quien sintió que lo que reclamaba, mi derecho a saber quién soy realmente, era una afrenta o una inculpación directa a mis ancestros. ¡Tremenda tontería; magno absurdo que todavía no he alcanzado a comprender!
En fin, mi historia es una de las más de este mundo y similar a otras tantas…
Obviando mi pasado más remoto que recuerdo como niña más o menos feliz, pero con algunas sensaciones a veces extrañas por los códigos de mi entorno, que solo ahora recobran un sentido, os podría comentar que hasta la época en que me empezaron a hormonar en mi casa reinaba más o menos un equilibrio; mi madre a pesar de su fuerte carácter era mi mejor confidente y mi maestra. Entre los ocho y los doce años siempre fui la más informada de la clase en el terreno de la evolución sexual; todos los inputs de mujer que recibía del exterior ya los conocía y se los había transmitido yo a su vez a mis amiguitas por adelantado. Pero un día, en mi adolescencia, cuando comenzó la época de los médicos con las pastillitas, los brujos y curanderos, los emplastos en barros, las aguas apestosas, las inyecciones, las intervenciones, el ocultismo… todo se torció y surgió una gran rivalidad madre-hija que solo cesó hace ocho o nueve años cuando me planté y me divorcié de la pantomima médica a la que se me había conducido.
Ahora todo me parece claro, diáfano… pero pueril; no alcanzo a comprender cómo han conseguido que una madre después de descubierto todo se siga manteniendo anclada en la fabulación otrora inducida. ¡Qué pena y qué rabia me produce! Esa es mi meta hoy; evitar otras madres y/o padres sufran en silencio un trauma inexistente y centren su vida en enfermedades ficticias y desviando así el tema principal.
He de reconocer que ahora soy feliz porque controlo mi vida y ya no busco lo que mi adorado primo llamó la pieza de mi puzle que él creía que obraba en mi poder y que solo hallé el día que decidí hacer como él dijo un nosce te ipsum legítimo del que no saldría nada malo. Ese día, el bendito maldito día de octubre de hace unos años se me cayó el mundo encima como una losa soltada desde más allá del firmamento, por haber buscado lo que me corresponde por derecho natural, para darme en las narices una y mil veces. Yo buscaba, siempre había buscado, sabía que algo se me ocultaba, pero no imaginaba que de esta tontería la sociedad, mi familia, los médicos, pudieran hacer semejante desaguisado. Para mi ser XX o XY, ser AIS, CAIS, PAIS, MAIS, DSD, Intersexual… o cualquiera otra de las nomenclaturas, apelativos, calificativos, pseudónimos, onomatopeyas, insultos, cosificaciones… no significa absolutamente nada; me da exactamente igual, como si me dicen que soy H2O, TDI, JPG, AC&DC o que soy R2D2. Me trae al pairo todo eso. Soy persona, me siento mujer, me gustan los hombres, y vivo en el planeta tierra. Pero sería lo mismo si me llamara Eduvigis, Amancia, Cruz, Pilar… me sintiera hombre y me gustase además Anastasio o Pedro; ¡nada cambiaría pues seguiría siendo persona y me continuaría sintiendo persona! El día que descubrí que los médicos me habían ocultado mi verdad, que los míos muy mal asesorados me habían ocultado mi realidad y que habían tratado por todos los medios de hacer que en mi ingenuidad me creyera lo que científicamente no tenía explicación lógica, ese día me sentí una mierda, no, miento, me sentí una gran cagada, no, sigo mintiendo, sentí que mi mundo era una maldita cloaca y yo había vivido en un escorial.
A mi mente solo llegaban inputs de confusión, tristeza, desolación, pena. De repente yo no era yo sino lo que me habían querido decir que yo era y que debía ser algo no bueno puesto que, durante 45 años, sí, repito, 45 años, los míos no habían sido capaces de contarme el qué, el cómo, el porqué. ¡Me miré al espejo tantas veces buscando la respuesta! Me pregunté una y mil veces
- ¿Si soy XY, no soy mujer?
- ¿Entonces, si me gustan los hombres, soy homosexual?
- ¿Si me siento mujer, puedo ser XY? ¡Pero yo me miro al espejo y veo una tiarrona del norte! Y mis amigos, chicos (bueno, chicos cincuentones y sesentones, aunque también alguno más joven) me tiran a veces los tejos; pocas, cada vez menos, jeje, pero aún estoy en el mercado.
- ¿Mis compañeras en el cole lo notaban y por eso me llamaban macholo?
- ¿Por eso tanto empeño en que fuera a colegios de monjas, tanto empeño en que aprendiera modales de mujer…?
- ¿Por eso mis padres no me dejaban ir a clases de Judo o Taekwondo, poco femeninos
- en aquella época?
- ¿Por eso mis amigotes me decían que yo era una mujer especial, totalmente diferente a sus esposas…?
- ¿Por eso mi vocación era ser piloto de aviones o electricista?
- ¿Por eso en el gimnasio tenía la fuerza y resistencia por encima de mis compañeras?
- … ¿Por eso?…
De repente recordé haber llevado a mis padres al límite con comentarios muy míos, del estilo de “a veces me siento más próxima a los chicos que a las chicas; me veo más en conexión con ellos, como si lo único que me faltara fuera una salchicha colgando entre las piernas” y recuerdo sus cruces de miradas, que yo siempre asocié a “mira la nena, como siempre, provocando”. Y recordé haber manifestado que a veces me veía en el espejo y me veía cara de chico, guapo, pero chico. Y fabulaba con que con una salchichita hubiera sido un guapo rapaz y que igual me irían mejor las cosas. Y recordé, también, que, al cursar Biología en COU, revisando la genética, me había estudiado a mi misma como aberración cromosómica y me había identificado, llegando a comentar a mis compañeros “¡mira, igualito que yo, pero en chico y en monstruo!”. Y recordé, una y mil veces, y aún hoy lo tengo presente, grabado a fuego lento entre ceja y ceja, ojo y ojo, estar ya bastante aburrida de leer en las caras de mis médicos (siempre médicos vinculados a la familia) gestos y códigos que me indicaban que me veían y escuchaban, que me interpretaban, incrédulamente,
Mi cabeza estuvo zumbando mucho tiempo, golpeando con un yunque una y otra vez la misma dolorosa pregunta ¿Cómo es posible que nadie de mi entorno pudiera respetarme mínimamente y decirme que yo era yo, ante todo persona, con unos valores, con unas virtudes, con unas capacidades que me podrían haber llevado lejos, o no, quien sabe, pero me habría facilitado mucho la vida? Sin duda este hecho hubiera cambiado mucho mis inquietudes de búsqueda dejando de dar palos de ciego en lo desconocido y sin saber ni dónde, ni qué, ni por qué. Y recordé, bendito maldito recuerdo, a uno de los médicos, primo de la familia, quien años después de mi gonadectomía y al menos en un par de ocasiones había intentado motivarme diciendo “lo tuyo es genético…”, pero ahí aparecía rápidamente mi madre para contarme de nuevo la historia de siempre, esa que me resultaba tan útil para no tener que contar a ningún doctor, a ninguna persona, a nadie, que lo que me decían y a pesar de mi supuesta inteligencia, no lo entendía… pero era mi madre, era mi familia, y debía confiar ciegamente (o eso creía). Esa maldita historia de “fue operada de hernias con un año y el médico le descolocó los ovarios; algo hizo que predijo problemas para el desarrollo. Posteriormente… y con 19 le extirparon los ovarios para prevenir el cáncer en ciernes…” Lloré mares, océanos y todavía no me he secado. De repente mi entorno se volvió incomprensión.
¿Qué tengo oscuro que hasta mis más próximos me han ocultado de mi misma? ¿Seré una reencarnación del mismo demonio y por eso me han negado siempre mi ser, mi yo?Me miré una y mil veces al espejo, lo que se ve, lo que veis, y lo que no se ve. Me toqué como nunca buscando en mis fueros más internos las respuestas nunca encontradas en el exterior. Y nada raro hallé (entre otras cosas porque ya lo habían eliminado entre engaños y falsedades). Y recordé el día que falleció mi padre: lo primero que hice fue pedir el sobre que mi padre, intuía, me habría dejado escrito; siempre supe que algo quería contarme, pero el cuento nunca llegó. Aún es hoy el día que lo busco entre sus pertenencias, el día que sueño que alguien de mi entorno tenga el coraje suficiente para reconocerme la dignidad que me corresponde.
¡Aquellos días de octubre, y durante los que le siguieron, eternos días de dolor en el alma, tenía ganas de morirme de pena, de asco, de rabia, morirme de odio y sed de venganza, morir de vergüenza, desaparecer de mi y de la faz de la tierra!
Eso, que no era nada, lo explicaba todo. Tantos años de aquí para allá, viendo caras atónitas, sintiendo cruces de miradas e intercambios de sensaciones ocultas para mí pero que casi siempre percibí. El problema radicaba que jamás mi entorno me dio la llave de los códigos secretos para interpretarlos, más aún, me los arrebataron. Sentí que los míos me habían traicionado por ocultarme un derecho fundamental, mi derecho a ser yo, como soy, como la vida me depositó en este mundo, y por negarme el derecho a saber de mi. De repente perdí la confianza en los míos, en el mundo, en los médicos, en la sociedad, y lo que es peor, otra vez más, en mi misma.
Si yo no era yo y los míos no me veían como lo que realmente era, como los despojos que habían dejado después de ultrajarme, sino como otros terceros habían decidido que me deberían presentar, ¿con qué cara debería salir al mundo? ¿Qué o quién era yo realmente? ¿Mi vida, lo vivido en 45 años no era mi vida? ¿los tratamientos recibidos habían sido apropiados? ¿Podría esto afectar a más familiares?
De repente vinieron a mi mente las historias que de algunas familiares de comienzos de siglo había escuchado cientos de veces a mi Yaya (eran sus hermanas) y la cara de la Yaya cuando me dio un beso y me dijo que sentía muchísimo lo que me había ocurrido… Después recordé la historia del primo de mamá que con 20 años no salía de casa porque debía vivir unido a un pañal. Su sexo no era, decían, “ni chicha ni limoná” … Historias ellas, que después de mi batacazo, una vez descubierta mi verdad, me intentaron arrebatar. Acaso por sentimiento de culpa familiar, qué absurdo, acaso por incapacidad de afrontar haberme tratado como a una idiota.
Cuanto más leía respecto a este tema, cuanto más entendía, menos comprendía. Las preguntas se atropellaban una tras otra en mi mente y no era capaz de sosegarlas: ¿Puede que un día mi organismo empezar a reconocer los andrógenos que entiendo mi cuerpo fabrica … y transformarme en la mujer barbuda, peluda, con nuez…? ¡Creo que mi nueva configuración postquirúrgica no permitirá esa jugarreta! Digo creo, aunque me he hecho totalmente descreída.
¿Alguien más de mi entorno familiar ha sido elegido por la madre naturaleza para arrastrar “la desdicha genética” que tanto parece afectarles? He dado al ventilador, pero nadie se ha manifestado. ¿Quiénes sabían de mi existencia más allá de lo que yo jamás conocí? Hallé personas que sabían y creían que yo estaba informada; otras que sabían, pero les habían pedido el silencio. ¡Luego, los míos que aún hoy lo niegan, lo sabían!
¿Qué hace tan difícil el reconocimiento de algo tan natural? ¿Si tuviera diabetes, alteración genética, o Crohn, alteración genética, o fuera pelirroja, alteración genética… hubiera sucedido lo mismo? No, imposible, esto es sexo y el sexo es tabú, es pecado, es sucio… Al fin hallé la respuesta; ¡menuda chorrada! Y para esta mierda ¿tanto alboroto??? Y busqué el consuelo entre los míos; y solo mis ojos en el mundo, mi mundo más allá de la telaraña, la www, se atrevió a buscarme toda la información que demandaba cuando más apoyo necesité, gracias mi súper primo Reivaj. Y al pobre le cayó la de San Quintín por bocazas cuando sin saber, por su inconmensurable discreción, me empezó a buscar todo lo solicitado. Después, ya en todo el fregado, le confesé mi hallazgo y él declaró su conocimiento desde mi/su/nuestra infancia. ¡Puedo oír la que le cayó encima tras más de 600 km de distancia y después de más de siete años! Todavía retumba en mi cabeza la injusticia que le sobrevino por mi puzle.
En ese fragor de lucha interna y de lucha contra los elementos, contra el entorno que aún me negaba, San Google me llevó a GrApSia, y me decidí a enviar un mensaje de SOS. ´ El mismo día tuve el subidón, me llegó una respuesta que entendía que de existir llegaría en meses. Aquella respuesta me supo a gloria y me reconfortó enormemente. ¡¡¡Cuantas cosas descubrí en breve que teníamos en común! Esto solo se pueden comprender desde la proximidad del SIA y desde la absurda ignorancia de la que hasta la fecha se ha rodeado este tema.
Mis ansias eran ver inmediatamente a mi interlocutora y a las otras chicas que como yo compartíamos cromosoma; no estaba sola, había más mujeres XY y me confirmaba que no éramos monstruos. ¡Ufff, menos mal!! Ya no estaba sola… hubo emails, llamadas… solo me faltaba el calor de un abrazo de otro ser monstruosamente similar a mi. Unos días más tarde llegarían los intercambios de correos con una mamá a la que he admirado profundamente desde el momento cero. Ella me ayudó a entender cómo se puede sentir una madre a la que de repente le dicen que ha tenido una hija “atípica” y lo que esto conlleva.
Sus correos me hicieron llorar mucho pero su visión de la vida y cómo lo ha hecho de bien con su hija me hace sentir que esta asociación sirve para mucho. Posteriormente otros familiares me abrieron sus oídos, sus brazos y me confesaron su conocimiento. ¡Por fin empezaba a ver la luz! Siempre les estaré agradecida. Otros, quizá los más cercanos, seguían y siguen negándome o incluso culpándome y algunos ignorándome. ¿De veras esto me está ocurriendo a mi?
Fui conociendo a Grapsia, y Gracias a ellos como grupo comprendí que una alteración genética que poseo es la causante de una variabilidad física que me caracteriza como persona diferente. He comprendido que en algunos casos es precisa alguna intervención médico-quirúrgica, pero también he podido descubrir que, en la sociedad, por errores de interpretaciones médico-socio-político-religiosas de otras épocas se han venido y se siguen realizando adaptaciones de muchos cuerpos a lo que se pensaba-quería que en el futuro fuera esa persona. En algunos casos con acierto (tengo la suerte de poder decir que me tocó la lotería) pero en no pocos con muy poco tino dentro de ese juego a ser dioses y esa tendencia a crear “cuerpos socialmente perfectos”. ¡Señoras, señores, por favor, estamos en el siglo XXI!
Y llegó el día en que decidí empezar a ser útil para el grupo, para la sociedad: por eso me presté para colaborar en el proyecto COST, para intentar conseguir que se escuche la voz de aquellos que hemos sido manipulados física y/o psicológicamente por terceros y se escuche la voz de los padres que se revelan a la ceguera que se les ha querido imponer y que han decidido caminar codo con codo con su descendencia. Este proyecto me ha ayudado a ver que existen médicos, biólogos, psicólogos, científicos, antropólogos, enfermeras, … que piensan en personas y que son capaces de ir más allá, que intentan ver a la persona como tal y que tratan de afrontar este tema desde el respeto al ser humano que nace y a sus padres.
Después de estos años creo que ya no me queda rencor sino compasión y comprensión porque me consta que los míos siguieron (siguen, por desgracia) el protocolo a rajatabla.
¡Qué pena, pues se quitarían una enorme lápida de encima! Ahora toca mirar hacia adelante. Ahora solo me quedan palabras de agradecimiento a padres y madres de esta gran familia: “Gracias por darle a tu hija lo que nos faltó a otras muchas, las claves para poder caminar con la cabeza alta y los pies en el suelo”; son otros tiempos, la ciencia evoluciona y por suerte también lo hace la sociedad. Gracias que hago extensivas a todas mis otras hermanas que fuisteis apareciendo posteriormente junto a Teresa: Paula, Blanca, Ana, Elsa, Carina… por haber estado ahí y por continuar en el día a día ayudando a destapar la realidad. Y, por último, gracias a los miembros de mi familia que han decidido acompañarme y apoyarme en este mi testimonio en abierto para el mundo.
Un enorme biquiño a todos. Grapsias.