Os di las gracias, lo vuelvo a hacer ahora desde la serenidad.
Ha transcurrido menos de un mes desde que abrí los ojos y deje de creer en el cuento de mi vida. Era la hora de enfrentarme a lo que intuitivamente siempre había sabido pero que la sociedad me había ocultado. He llorado, mucho, pero he conseguido eliminar de mi vida, así, de un plumazo, el lastre que me tenía anclada. Por fin he encontrado, como dijo mi queridísimo primo Reivaj (quizá quien más comprensión y ayuda me ha prestado en esta mi búsqueda identitaria), la pieza que me faltaba para completar mi puzzle.
Nací hace más de cuarenta años. Fui identificada como mujer y criada como tal aunque mi infancia pasó por etapas de marcados rasgos masculinos. Con menos de dos años aparecieron mis “hernias”, esas que hubo que enmascarar y esconder porque en esa época era lo que tocaba. ¿Vergüenza? ¿Pudor? ¿Ignorancia? ¿Fanatismo? Nadie sabe exactamente el por qué hubo que mirar hacia otro lado.
Pasaron los años y la falta de armonía entre mi desarrollo externo e interno me llevó a presagiar algo anómalo. Siempre fui mujer, lo que me enseñaron, pero siempre me sentí diferente a las compañeras que me rodeaban. Por suerte aparecieron los chicos en un colegio femenino; por suerte entraron en mi clase. Empecé a identificarme más con ellos. Me sentí más feliz.
Siguió la vida su curso y con los años me empezaron a hormonar. Pero mi cuerpo se empeñaba en llevar algo oculto, a modo de estigma. Todas mis compañeras ya eran mujeres. Yo, en cambio, a pesar de mi corpulencia seguía igual. Durante años me tacharon de embustera por no querer ser partícipe del anunciamiento de una fecha que nunca pude dar. La incomprensión del entorno me llevaba a intentar infructuosamente, día tras día, tratar de convencer al resto acerca de mi inocencia, de mi veracidad… Entretanto flirtee con compañeras y me puse a prueba una y otra vez. Algo en mí me inquietaba pero no encontraba qué.
Menos mal; la suerte del destino hizo que tuviéramos que cambiar de ciudad, de colegio. La suerte, una vez más, quiso que durante un año tuviera que asistir a clases en un colegio mixto. Esta suerte hizo que me intentara identificar y así lo hice: me sentí mujer y me enamoré de un hombre. No tenía duda. Además las hormonas ya habían comenzado a modelar mi cuerpo de una forma realmente llamativa.
La vida siguió y con diecinueve años y después de muchas idas y venidas a especialistas varios decidieron abrir. Por supuesto, como me hablaron de necesidad de intervención porque podría desarrollar un cáncer de útero, me dejé abrir y rebuscar… Después hubieron sesiones y sesiones de fotos, sobeteos por parte de colecciones de estudiantes que me examinaban un día sí y otro también. Intenté descifrar una y otra vez los palabros malsonantes que proferían sus bocas a modo de insulto… pero no entendía nada. Sólo que ya no iba a tener cáncer y que no tendría descendencia. Intentaba escrutar sus caras buscando un cómplice que me contara aquello que no me atrevía a preguntar. Pero parecían más ignorantes que yo y me miraban con incredulidad como quien mira a un alienígena cuya nave se ha precipitado en un mundo desconocido.
Mi ilusión de por aquel entonces, trillizos, mellizos, gemelos…se desvaneció. Pero me sentí animada porque había ganado un reto a la vida; se había evitado el desenlace precipitado. Fui feliz un tiempo.
Volvieron las hormonas, los cambios de carácter, la inadaptación… Mis curvas cada vez más voluptuosas hacían que asomara a la vida una joven espectacular. Pero por dentro yo sentía algo especial, algo diferente. Mi curiosidad me llevó no pocas veces a investigar mi cuerpo, a mirarme en el espejo una y otra vez, a preguntarme qué es lo que escondía aquella cara de bellos rasgos ambiguos, aquel femenino pero tosco cuerpo serrano.
Al cabo de nueve o diez meses de la intervención me llegó una carta con un indescriptible informe y con un cariotipo que rezaba “mujer XY…” No lo dudé ni un momento y lo rompí. “¿Cómo pueden ser tan ineptos estos médicos? ¿No se dan cuenta de que soy mujer, muy mujer? No pienso seguir leyendo; si ya empiezan con esta metedura de pata ¿quién se va a fiar del resto? Si soy mujer tendría que decir XX”.
Pasaron los años; uno, dos, tres… veintiséis. Entretanto, conocí mucha gente, se desenvolvió mi vida con un rol de mujer. Pero siempre me sentí más a gusto compartiendo mis ratos con mis “amigotes” quienes durante años se han hartado de decirme una y otra vez que yo era una mujer especial; que era totalmente diferente a sus esposas/novias/amigas/hermanas. Lo mismo he sentido yo siempre.
Conocí a mi pareja, un hombre bien parecido y atento, con quien cada vez me encuentro más unida. El tiempo, la paciencia, el interés del uno por el otro… nos ha llevado a vivir en armonía. Y eso que nunca ha faltado la testosterona en casa. A veces, en las discusiones, me he impuesto ignorante de mi condición “por mis cojones, porque aunque no los tenga ni los haya tenido nunca me han faltado” cual macho alfa de una manada. Es curioso, siempre me he visto fuerte ante los reveses de la vida, he afrontado cada bofetón de una manera tan estoica que me he planteado en infinidad de ocasiones si tendría algo escondido que me hacía sentirme macho, muy macho. Y muchas veces me he mirado a mis partes pudendas buscando un atisbo de lo que siempre intuí que me faltaba, segura de que algo ocurría (mi cicatriz era algo que día a día me pedía indagar en mi pasado, en mi presente).
Pero la vida se empeña en que cuando uno busca termina encontrando. Hace menos de un mes tuve que cambiar de médico. Apareció en mis manos un documento que ya había leído muchísimas veces y que nunca nadie se dignó a interpretarme. Empecé a buscar terminología en internet, en San Google,…allí estaba la solución a mi compleja existencia… todo estaba claro… todo era de libro!!! Morris, amigo Morris, tan cerca siempre de mí y yo sin conocerte! AIS, CAIS… tantos nombres, tantas pistas, y yo creyendo en el cuento de caperucita que hasta hace unos días se empeñaron en contarme.
Y descubierto el pastel hube de afrontar a la familia. Negativas por todas partes, verdades a medias, insultos velados, ocultismo, desesperación, llantos, muchos llantos… Mi vida se empezó a desmoronar de repente. Yo era lo que no era y no había sido lo que creía. Mi madre mirando con cara estupefacta, sin querer reconocer lo que sabía y con la presión del secreto familiar a sus espaldas. Yo, con cargo de conciencia porque dudaba de la palabra de todos, empapándome de compendios de genética, de sexo, de intersexos, porque tengo hermanas, primas, sobrinas… que pueden ser portadoras, o peor aún, que pueden desarrollar hernias. Y, sintiendo que soy tan ingenuamente infantil por no haber llegado antes a la solución… Tantas veces tan cerca… pero tan lejos!
Entretanto os descubrí, GrApSIA, Martina y Paula (quienes me dieron el apoyo y calor inicial para comenzar a tirar del hilo; unos inolvidables e intensos días) y conseguí con vuestra ayuda situar todo correctamente en su sitio. Hoy por fin hemos avanzado; mi madre ha empezado a escuchar, a no sentirse culpable, a hablar. Me ha empezado a ayudar. Creo que mi vida va a cambiar a un aspecto más positivo. Ya no tengo que buscar nada. Me acepto y reconozco… y me quiero como soy. Una X o una Y no van a condicionar mi vida. Pero sí son muy relevantes para poder reenfocar mi vida y poder disfrutar en las próximas estaciones de mi tren.
Sólo me queda por tanto decir GrApSIAS por estar ahí.
Un beso muy grande, de corazón, por vuestra inconmensurable y gratuita ayuda.